La abuela Tutu, a la izquierda, comenzó haciendo 200 panes y, ahora, distribuye, gratuitamente, más de 2.000 todos los días. Abajo, su hija Vania. estuve como alumna y después me hice voluntaria. El director me llamó, me dijo que yo tenía muchas condiciones para conversar con las personas y que yo tenía paciencia. Ahí me pidió que me quedara y permanecí casi cuatro años. Cuando salí de allí, ya tenía la idea de tener algo parecido. Pero no tenía dinero. ¿Imaginaba que su acción de distribuir pan en el vecindario se transformaría en el proyecto que es hoy? AT: Nunca lo imaginé (…). Fui a hacer pan porque, como mujer negra y de la periferia, conozco los dolores de las personas porque son los míos también. La [única] diferencia entre la abuela Tutu y las personas que reciben el pan es que yo estoy del lado de quien está haciendo el pan y, ellas recibiéndolo. Yo paso las mismas necesidades que ellas (…). Creo que ninguna familia, ninguna madre, ningún padre, tendrían que estar en una fila para obtener el pan. Es una cosa tan simple, hecha con agua, harina, sal, levadura. Es deshumano. Entonces, creo que fue el dolor, mi experiencia de vida. Fue algo como: “Ve, mujer, ahora es tu oportunidad de retribuir aquello que un día alguien te dio”. No lo esperábamos. Le agradezco a Dios todos los días. No por la fi la, que es muy triste, pero sé que un día esa fi la se va a terminar. N I V E L 3 J O C A 2 1 8 - F E B R E R O | M A R Z O 2 0 2 4 REPORTERITOS W W W. J O R N A L J O C A . C O M. B R “Fui a hacer pan porque, como mujer negra y de la periferia, conozco los dolores de las personas porque son los míos también. La [única] diferencia entre la abuela Tutu y las personas que reciben el pan es que yo estoy del lado de quien está haciendo el pan y, ellas recibiéndolo. Yo paso las mismas necesidades que ellas.” ¿Qué consejo le daría a quien quiere ayudar al prójimo y no sabe por dónde comenzar? AT: Sin miedo a equivocarse, a veces la abuela usa esta frase: nadie es tan pobre que no puede ayudar, porque una ayuda no solo es de cosas materiales, ella viene en un abrazo, en dar un minuto de tu tiempo para escuchar aquello que una persona quiere decir, eso es lo principal, porque cuando permites que una persona se comunique, tú consigues entender lo que el otro está pasando. La mayor donación es esa, mostrar que somos todos iguales. Debemos tener conciencia de que podemos ayudar no solo con cosas palpables; hasta con el silencio tú puedes ayudar a veces. ¿Cuáles son los mayores desafíos que ustedes enfrenten en el trabajo? Vania: Nuestros mayores desafíos son mantener las donaciones y lograr concientizar a aquellas personas que están allí diariamente para que se adhieran a las oportunidades que presentamos. Hoy nosotros ofrecemos cursos, solo que muchas veces las personas no están acostumbradas, principalmente cuando son posibilidades gratuitas. Entonces, nuestro desafío es mostrarle a ese grupo que ellos tienen varias chances y medios que pueden conseguir gratuitamente, capacitarse, mejorar la vida. Es una conversación diaria. Archivo personal y reproducción de Facebook.

En Brasilandia, barrio de la zona norte de la ciudad de San Pablo, todos los días el Instituto Acciones Sociales Abuela Tutu (Ações Sociais Vó Tutu, en portugués) distribuye, gratuitamente, más de 2.000 panes. Además de eso, hace donaciones de alimentos e ítems de higiene, cursos de capacitación profesional en colaboración con el Servicio Nacional de Aprendizaje Industrial (SENAI), entre otras actividades. Para saber más, Camila S., 12 años e integrante del Club del Joca, entrevistó a la abuela Tutu, idealizadora del instituto, y a Vania da Silva, su hija.

¿Qué la motivó a comenzar el proyecto?

Abuela Tutu: Antes de la pandemia, yo había abierto un restaurante y era nuestro sueño. Me llevé a cuatro hijos conmigo, demoré ocho meses para armarlo (…). Dos meses después ya vino la pandemia (…). Yo ya hacía algunos trabajos sociales, cosas esporádicas, atendiendo a niños que nunca habían celebrado un cumpleaños, un adulto que nunca había tenido una fi esta. Quedé sin saber cómo íbamos a recomenzar. Estaba sola en mi cuarto y, de repente, le pregunté a Dios qué podía hacer con mi vida (…). De repente, una voz me dijo: “Abuela, haz pan” (…). Y así lo hice. Al comienzo, hice 200 panes. Entonces surgieron 20 personas y yo les di esos panes. Dio justito. Después había casi 50 personas en la fila. Y así comenzó ese trabajo.

¿Cuándo aprendieron ustedes a hacer pan? 

AT: Cerca de mi casa hay una institución, de 80 años, que es responsable por alimentar a muchas personas, en la zona norte, con sopa y pan. En una época de mi vida, había tenido un accidente y estaba sin hacer nada, entonces decidí hacer un curso de panificación en esa institución. Al principio estuve como alumna y después me hice voluntaria. El director me llamó, me dijo que yo tenía muchas condiciones para conversar con las personas y que yo tenía paciencia. Ahí me pidió que me quedara y permanecí casi cuatro años. Cuando salí de allí, ya tenía la idea de tener algo parecido. Pero no tenía dinero. 

¿Imaginaba que su acción de distribuir pan en el vecindario se transformaría en el proyecto que es hoy?

AT: Nunca lo imaginé (…). Fui a hacer pan porque, como mujer negra y de la periferia, conozco los dolores de las personas porque son los míos también. La [única] diferencia entre la abuela Tutu y las personas que reciben el pan es que yo estoy del lado de quien está haciendo el pan y, ellas recibiéndolo. Yo paso las mismas necesidades que ellas (…). Creo que ninguna familia, ninguna madre, ningún padre, tendrían que estar en una fila para obtener el pan. Es una cosa tan simple, hecha con agua, harina, sal, levadura. Es deshumano. Entonces, creo que fue el dolor, mi experiencia de vida. Fue algo como: “Ve, mujer, ahora es tu oportunidad de retribuir aquello que un día alguien te dio”. No lo esperábamos. Le agradezco a Dios todos los días. No por la fila, que es muy triste, pero sé que un día esa fila se va a terminar.

¿Qué consejo le daría a quien quiere ayudar al prójimo y no sabe por dónde comenzar? 

AT: Sin miedo a equivocarse, a veces la abuela usa esta frase: nadie es tan pobre que no puede ayudar, porque una ayuda no solo es de cosas materiales, ella viene en un abrazo, en dar un minuto de tu tiempo para escuchar aquello que una persona quiere decir, eso es lo principal, porque cuando permites que una persona se comunique, tú consigues entender lo que el otro está pasando. La mayor donación es esa, mostrar que somos todos iguales. Debemos tener conciencia de que podemos ayudar no solo con cosas palpables; hasta con el silencio tú puedes ayudar a veces.

“Fui a hacer pan porque, como mujer negra y de la periferia, conozco los dolores de las personas porque son los míos también. La [única] diferencia entre la abuela Tutu y las personas que reciben el pan es que yo estoy del lado de quien está haciendo el pan y, ellas recibiéndolo. Yo paso las mismas necesidades que ellas.”

¿Cuáles son los mayores desafíos que ustedes enfrenten en el trabajo?

Vania: Nuestros mayores desafíos son mantener las donaciones y lograr concientizar a aquellas personas que están allí diariamente para que se adhieran a las oportunidades que presentamos. Hoy nosotros ofrecemos cursos, solo que muchas veces las personas no están acostumbradas, principalmente cuando son posibilidades gratuitas. Entonces, nuestro desafío es mostrarle a ese grupo que ellos tienen varias chances y medios que pueden conseguir gratuitamente, capacitarse, mejorar la vida. Es una conversación diaria.


La abuela Tutu, a la izquierda, comenzó haciendo 200 panes y, ahora, distribuye, gratuitamente, más de 2.000 todos los días. Abajo, su hija Vania.Archivo personal y reproducción de Facebook
Camila S., 12 años e integrante del Club del Joca

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